ALFONSO VII, REY DE LEÓN Y EMPERADOR DE HISPANIA

Ricardo Chao, historiador
Diario de León | 2009

La problemática sucesión de Alfonso VI

A comienzos del siglo XII se suceden varios acontecimientos que marcarán el devenir del Reino de León. En primer lugar, en el año 1105 nace Alfonso Raimúndez, hijo de la infanta Urraca y de Raimundo de Borgoña. Aunque en un futuro a medio plazo este niño estaría llamado a ocupar el trono leonés, en aquel momento nada podía hacer prever tal acontecimiento, ya que el heredero era entonces su tío, el infante Sancho, único hijo varón de Alfonso VI. La infancia del Alfonso que nos ocupa tuvo que ser especialmente dura, ya que quedó huérfano de padre cuando sólo contaba tres o cuatro años. Poco después, su madre contrajo nuevo matrimonio con Alfonso I “El Batallador”, rey de Aragón y Navarra, pero esta unión, en lugar de estrechar los lazos entre las dos Coronas, se convirtió en una permanente fuente de conflictos que sumió en una grave crisis al reino leonés.

Por esa misma época, en el año 1108, ocurrió una gran desgracia que cambiaría el transcurso de los acontecimientos: en la batalla de Sagrajas, en medio de los combates, perdió la vida Sancho, el heredero del Reino. Alfonso VI, enfermo de dolor por tan gran pérdida, morirá poco después, siendo sucedido por su hija Urraca. No sabemos si en la mente del rey fallecido estaba la idea de que Alfonso I de Aragón fuera co-soberano junto a su hija, pero, en cualquier caso, la unión de las Coronas de León y Aragón fue efímera debido a las desavenencias conyugales existentes entre la madre y el padrastro del futuro Alfonso VII. No es éste asunto para tomarse a broma, porque, aunque hubo reconciliaciones, estas peleas maritales degeneraron en constantes batallas.

Mientras tanto, Urraca, siguiendo la ancestral costumbre leonesa, delegó el gobierno de Galicia en su hijo. Diego Gelmírez, obispo de Santiago, junto a varios nobles gallegos y leoneses opuestos al aragonés Alfonso I, y molestos con la pusilanimidad mostrada por Urraca, coronaron rey en Galicia en 1111 al todavía tierno infante Alfonso Raimúndez, y a continuación se dirigieron a León para entronizarlo. Sin embargo, Alfonso I no se quedó de brazos cruzados, y reuniendo un gran ejército de aragoneses y castellanos, les salió al encuentro y les venció en Villadangos.


Alfonso Raimúndez, rey


Las desavenencias entre Urraca y su marido continuaron durante muchos años, pero a ellas hubo que sumar las que surgieron entre la soberana y su hijo, con quien tuvo que compartir el reino por presiones de una parte de la nobleza. Cuando ella muere, en el año 1126, queda como único sucesor su hijo Alfonso Raimúndez, de 21 años, y que hoy en día es conocido como Alfonso VII. Éste recibió la corona ese mismo año en la ciudad de León.
Resulta curiosa la costumbre decimonónica de muchos historiadores de aprovechar la entronización de Alfonso VII para señalar el comienzo de la por ellos denominada “Dinastía Borgoñona”. En realidad no hubo tal cambio: la línea sucesoria en este caso estuvo marcada por la madre, y no por el padre. Lo mismo podría decirse del anterior “cambio de dinastía” en el Reino de León: cuando Fernando I, conde de Castilla de origen navarro, accedió al solio regio en 1037, en realidad lo hizo en virtud de su matrimonio con Sancha, quien era la auténtica heredera del reino, por lo que es incorrecto (y extremadamente machista) decir que en ese momento comienza la “Dinastía Navarra”. Por lo tanto, podría afirmarse que no hubo ningún cambio de dinastía en el Reino leonés, y sin duda así lo percibieron los contemporáneos.

Este rey tuvo unos comienzos realmente difíciles, ya que la parte de la nobleza que más simpatizaba con Alfonso I de Aragón se le opuso con firmeza. Tras sofocar las principales rebeliones, se enfrentó directamente con su padrastro aragonés por los territorios de la Castilla oriental que éste se había apropiado, consiguiendo que la ciudad de Burgos volviera a la órbita leonesa el 1 de mayo de 1127. A comienzos del año siguiente Alfonso VII contrajo matrimonio en León con Berenguela, hija del conde barcelonés Ramón Berenguer III.


Alfonso VII, emperador

Una vez apaciguado el reino, y neutralizada la amenaza aragonesa, el rey de León se embarcó en una exitosa serie de campañas contra los musulmanes almorávides. Tuvo tanta fortuna, que pronto se hizo evidente para todos que León se estaba haciendo de nuevo con la preponderancia militar y política en el solar hispano. La estrepitosa derrota de Alfonso I “El Batallador” en Fraga frente a los islamitas (1134) reforzó esta impresión. Además, este rey murió al poco tiempo, lo que fue aprovechado por Alfonso VII para recuperar los territorios de la Castilla oriental que aún continuaban bajo dominio aragonés. Por si fuera poco, el monarca leonés acudió en persona a la defensa de la ciudad de Zaragoza frente a los almorávides, y penetró en ella entre los vítores de los zaragozanos. Viendo que la coyuntura le era totalmente propicia, el 26 de mayo de 1135, día de Pentecostés, Alfonso Raimúndez fue coronado Emperador de Hispania en la catedral románica de León, y como tal fue reconocido por los demás reinos cristianos, por el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV (su cuñado), y por varios condes del sur de Francia. Pero poco después de este sonoro éxito, Alfonso VII de León tuvo que enfrentarse al díscolo condado de Portugal, que se convertiría en una espina clavada en el costado del Reino (ahora Imperio) leonés, hasta que llegó a proclamar su independencia en 1139. Fue reconocido como reino por el Emperador en el año1143.


Conquistas y política

Con Alfonso VII se amplió la frontera sur de León con la conquista de Ciudad Rodrigo y de Coria, lo que además sirvió para reforzar el límite occidental con el nuevo reino luso. Gracias a sus conquistas y a sus hábiles manejos políticos, el Emperador fue consiguiendo la desintegración del dominio almorávide en la Hispania musulmana. Así, en 1146 logró tomar Córdoba, y ya nada parecía capaz de detener el avance del rey leonés. Sin embargo, ese mismo año, los almohades (una nueva dinastía islámica del norte de África) irrumpieron en la Península, conquistando en poco tiempo y uno a uno los débiles reinos de taifas almorávides. Éstos, asustados por la invasión, no dudaron en solicitar urgentemente la ayuda de Alfonso. Por su parte, el emperador leonés tomó Almería en 1147, aunque podría considerarse que a partir de entonces comienza el declive de su reinado: Córdoba se entrega a los almohades en 1148, y Berenguela, su amada esposa, fallece en 1149 tras 21 años de matrimonio. A pesar de sus intentos, Alfonso no logró retomar Córdoba, y también fracasó en conquistar Jaén. En 1152 contrajo matrimonio con Doña Rica, hija del conde Ladislao III de Polonia. En 1155, sin que conozcamos bien los motivos, el Emperador divide oficialmente sus dominios entre sus dos hijos de una forma bastante equitativa: a Sancho, el mayor, le correspondería la Corona de Castilla (que incluía los reinos de Castilla y de Toledo), y a Fernando, la de León (Reinos de Galicia, Asturias, León y, en un alarde de optimismo, Portugal, además de los territorios de la Extremadura Leonesa).

En cuanto a su política matrimonial, Alfonso VII casó a su hija Constanza con Luis VII de Francia en 1152, y en 1153 unió a la infanta Sancha con su vasallo Sancho VI de Navarra. En 1155 obtuvo sus últimas victorias tomando Andújar, Pedroche y Santa Eufemia, pero en 1157 fue incapaz de retener las plazas de Baeza y Úbeda, y finalmente también perdió Almería. Atribulado por tamaña desgracia, Alfonso murió poco después cuando regresaba de la campaña, a la edad de 52 años. Dado que trasladarlo a la ciudad de León era prácticamente imposible debido a la distancia y a la época del año, el Emperador fue enterrado en Toledo.


Algunas reflexiones finales

Como hemos visto, los 31 años de reinado de Alfonso VII dieron mucho de sí. Es uno de los reyes leoneses de quien conocemos más datos gracias a la Chronica Adefonsi Imperatoris (Crónica del Emperador Alfonso), que fue escrita en su misma época por un autor desconocido, aunque sin duda era de origen eclesiástico y debía gozar de una posición muy cercana al monarca. En esta crónica, Alfonso Raimúndez recibe la denominación “Rey de León” en 42 ocasiones, siendo residuales las referencias a otros títulos como “Emperador de León y Toledo” (dos veces), o “Rey de los Hispanos” (una). Sin embargo, en ningún momento es llamado “Rey de Castilla” ni mucho menos “Rey de Castilla y León”. Llamo la atención sobre este hecho (que se repite en la documentación) porque hoy en día es raro encontrarse con una enciclopedia, libro de texto o incluso monografía de tema histórico donde no se le llame en exclusiva con alguna de las dos últimas y anacrónicas titulaciones. Esta aberración es producto de una historiografía dominada por el castellanismo que se arrastra más o menos desde la época de Alfonso X y sus tergiversadas y manipuladas Crónicas. En esta misma línea se podrían incluir casi todos los antihistóricos cantares de gesta castellanos (sobre todo los del ciclo del Cid); a pesar de ser principalmente fantasiosas obras de literatura, y a pesar de contar con múltiples errores cronológicos, de identificación de personajes, anacronismos, etc. fueron utilizados por el Rey Sabio como materia prima de sus mencionadas Crónicas, vendiendo una Historia castellanocéntrica al servicio de su dinastía. Por desgracia estas Crónicas, al estar redactadas en castellano, han sido utilizadas hasta la saciedad por los historiadores desde el siglo XIII hasta nuestros días, mientras que por el camino se han ido olvidando convenientemente del resto de las crónicas que no cuadraban con él, y que parten con el inconveniente de estar escritas en latín.

La “leonesidad” de Alfonso VII queda patente en multitud de detalles:

·Gran parte de sus monedas llevan incisa la figura de uno o varios leones y el nombre de la ciudad de León.

·Se coronó dos veces en León: una como rey, y otra como emperador.

·Los actos importantes para la monarquía (bodas, funerales, etc.) casi siempre tuvieron lugar en León, a pesar del enorme prestigio de Toledo.

Y ello sin restar importancia al resto de los reinos de la Corona, porque si por algo se caracterizó la monarquía leonesa fue por su respeto a las particularidades e idiosincrasia de cada uno de ellos.
Monedas de Alfonso VII

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