No más artimañas

Miguel Ángel González González
Diario de León | Mayo 2009

¿Qué recursos le quedan a un padre al ver que sus hijos son víctimas de una de las artimañas más utilizadas por los nacionalismos de todos los tiempos, a saber, la enseñanza de una Historia tergiversada que sirva a sus fines?

Nunca entendí muy bien aquello de la objeción de conciencia en cuanto a la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Sin embargo, esta posibilidad de que un ciudadano pueda negarse, amparado en la legalidad, a que sus hijos reciban determinadas enseñanzas en su educación cuando entran en conflicto con las propias convicciones de conciencia, me resulta interesante. Porque si no, ¿qué voy yo a hacer cuando mis hijos alcancen ese momento en su formación educativa en el que se les impartan asignaturas de Geografía e Historia, a sabiendas de la vergonzosa cantidad de errores, ocultaciones y tergiversaciones que contienen en lo relativo a ésta nuestra comunidad? ¿Qué recursos le quedan a un padre al ver que sus hijos son víctimas de una de las artimañas más utilizadas por los nacionalismos de todos los tiempos, a saber, la enseñanza de una Historia tergiversada que sirva a sus fines? 

Si analizamos un ejemplo concreto, entre otros muchos muy similares, hallado en uno de estos textos, podemos ver lo que oculta y lo que tergiversa: «A finales del siglo I a. C., Augusto incorporó Castilla y León a la provincia Tarraconense y, más tarde, al convento judicial cluniacense, con capital en Clunia Sulpicio (en la provincia de Burgos)». En primer lugar da a entender que hace dos mil años ya existía esta comunidad autónoma. En segundo lugar, no todo el territorio que hoy ocupan las provincias leonesas y castellanas correspondía al Convento Jurídico Cluniacense: el territorio de la etnia de los astures que ocupaba partes importantes de las actuales provincias de Asturias, León y Zamora formaba el convento judicial asturicense, con capital en Astorga, mientras que el territorio vettón, integrado por el territorio hoy ocupado por Salamanca y parte de Zamora, estaba incluido en la provincia Lusitana. Es decir, nuestros hijos van a recibir una información falsa de su historia, no van a disponer de una correcta y además van a creer que la comunidad autónoma de Castilla y León es y ha sido unidad de destino en lo universal, eterna e incuestionable. 

Esta situación incluso contradice el propio Estatuto de Autonomía que en su preámbulo declara que esta comunidad autónoma se formó a partir de dos territorios históricos. ¿A qué obedece el ocultar la evolución histórica de uno de ellos y sustituirla por un batiburrillo de mitos, falsedades, o referencias anacrónicas a una «región» que ni siquiera tiene nombre propio? ¿Por qué no enseñar la formación histórica de León y de Castilla en lugar de identificar recurrentemente la primera con la segunda? ¿Por qué inculcar a los alumnos leoneses la ideología del regionalismo castellano (destacando, por ejemplo, el Pacto Federal Castellano e ignorando que éste fue contestado por León, ocultando la reivindicación autonómica leonesa, etc.)? ¿Por qué ha de ser así? ¿No tenemos derecho a que nuestros hijos reciban una información veraz que los haga crecer como personas y no otra plagada de mentiras que los aborregue? 

Frente a este gran problema, la Junta de Castilla y León se inhibe, desentendiéndose de su responsabilidad sobre éstos contenidos educativos y desviándola a los redactores y editoriales de los libros de texto, a pesar de que la competencia en materia educativa está transferida a las comunidades autónomas, y haciendo caso omiso de la exigencia del Procurador del Común en cuanto a establecer unos mecanismos de inspección en los cuales los padres y alumnos podamos participar.

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