Los primeros regionalistas leoneses

Emilio Gancedo
Diario de León | 22/8/2004

¿Por qué León y Castilla siempre andan a la gresca? ¿De dónde proceden los problemas de esta autonomía? Pues probablemente de que han vivido toda una historia de ataques y agresiones mutuas y porque León ha intentado salvaguardar su personalidad desde 1230 y hasta hoy.

Todos los (pocos) libros que existen sobre el Reino de León suelen terminar con una sola fecha: 1230. Es entonces cuando muere el último rey leonés, Alfonso IX, aquel que convocara las primeras Cortes de Europa y de todo el mundo, consideradas como el antecedente directo de los parlamentos democráticos y la mayor aportación de León a la Humanidad. Antes de morir, el monarca cedió los derechos del trono a sus dos jóvenes hijas, las infantas Sancha y Dulce, proclamando así "la permanencia y la integridad" de su país, a decir del historiador Carlos de Ayala.
Ambas mujeres estuvieron al frente del reino poco más de un mes, pero esa extraordinaria "diarquía" femenina nunca llegaría a perpetuarse: en medio de grandes presiones, el rey castellano Fernando III llega a un acuerdo con las dos hermanas y se autotitula rey de esta tierra. León, como país independiente, había dejado de existir después de una andadura histórica de más de trescientos años.

Pero, ¿qué ocurrió después? A partir de aquí se ha investigado muy poco aunque, paradójicamente, sea una de las etapas más apasionantes de la historia leonesa. Quizá no convenga que se sepa, ya que las instituciones de la actual autonomía borran de un plumazo cualquier aspiración leonesista arguyendo que ambos antiguos reinos quedaron unidos desde aquella fecha. Lo que olvidan es que todo lo que abarcaba entonces la corona de Castilla era prácticamente media España; y sobre todo que León, a pesar de no contar con monarca, siguió funcionando con arreglo a sus leyes, sus fueros, e incluso acuñando moneda, hasta muchos decenios después; y que su nombre, como cabeza de una región ibérica diferenciada, pervivió así hasta ayer mismo, hasta 1982.


A insulto limpio
Así dicen los primeros versos del «Romance del Rey don Sancho Ordóñez», monarca leonés:
“Castellanos y leoneses/ tienen grandes divisiones./ El conde Fernán González/ y el buen rey don Sancho Ordóñez,/ sobre el partir de las tierras/ y el poner de los mojones,/ llamábanse hideputas,/ hijos de padres traidores”



Difíciles inicios
Pero empecemos por el principio: García, pero sobre todo Ordoño II, es quien traslada la capital del primitivo reino asturiano a León, y quien instaura tanto la línea sucesoria hereditaria y directa como los cimientos jurídicos y territoriales del futuro estado leonés.

Aunque no hay que llamarse a engaño: en aquellos primeros tiempos (siglo X), los reinos y condados cristianos no eran prácticamente nada: principados pobres y desestructurados, con una "economía de guerra" y sin apenas legislación, clases sociales ni infraestructuras: los cronistas del próspero al-Ándalus (al que la gente del Norte llamábamos Spania, España) se mofaban de estos principuchos toscos y pretenciosos y los castigaban con frecuentes expediciones guerreras. La cosa fue que estos condes y príncipes supieron aprovechar los ocasionales momentos de debilidad del poderoso enemigo del Sur y dar grandes saltos, tanto territoriales como institucionales, convirtiéndose en auténticos reinos, merecedores de ese nombre. El más grande de todos ellos fue, en un principio, León. Entre los siglos X y XIII va ganando terreno, fortaleciéndose y madurando; y dentro de él van apareciendo diversas zonas o "regiones" cada vez más diferenciadas pero subordinadas a la capital: Asturias, la región de León propiamente dicha, el territorio luso-galaico, Castilla, y, posteriormente, Extremadura. Con el correr del tiempo y de las políticas, y merced a lo que hoy llamaríamos "golpes de estado", dos de esos territorios adquieren su independencia: Portugal y Castilla. Esto es, que el país vecino y el reino castellano comenzaron a tener reyes, leyes, símbolos e historia propia mucho más tarde que León, del cual precisamente surgieron.

Y así fue transcurriendo el tiempo, con continuas guerras no sólo entre cristianos y musulmanes, sino también entre los mismos cristianos, y hasta entre cristianos aliados con musulmanes.

Algunas de las más sangrientas, en las que perecieron miles de hombres, fueron las que enfrentaron a León con Castilla por el poder sobre la Península; progresivamente las tornas fueron cambiando hasta que este último reino se hizo con más territorios y, por tanto, más riqueza e influencia. En dos ocasiones (una en 1037, otra en 1230) lo que pasó fue simplemente que las coronas de los dos reinos más poderosos recayeron en la misma persona. No era algo tan raro. La gente estaba acostumbrada a que los reinos se unieran y se separaran, y por ello, cuando muere el último monarca leonés, uno de los más grandes, Alfonso IX, los protagonistas de aquella época no esperaban que aquella unión de León y Castilla fuera "para siempre", y por ello, actuaron como tal.


Un rosario de demandas

La historia de las "reclamaciones" del Reino de León (alguna con éxito, como veremos) comienzan con uno de los hijos del último rey de León con la castellana Berenguela, por nombre Alfonso de Molina, quien había renunciado a sus derechos sobre el trono a favor de su hermano Fernando III. Alfonso IX, además, había dado prioridad en la línea sucesoria a Sancha y Dulce por ser éstas hijas de Teresa de Portugal y no de Berenguela, sustrayendo así el reino al influjo castellano (cosa que no consiguió). El caso es que su hermano el rey Fernando encerró a Alfonso en Molina de Aragón, donde murió, no sin antes dejar embarazada a Doña Mayor, de quien nacería la famosa María de Molina.

Por otro lado, a Sancha, una de las hijas de Alfonso engañadas a pesar del testamento del último rey leonés que las hacía herederas del trono, también se la apartó lejos para que no molestase con sus peticiones. Y así, se le preparó el matrimonio con el rey cristiano de Jerusalén (lo cual es suficientemente lejos, ¿no?). De todas formas, parece que el carácter testarudo nos es común a todos los leoneses y además hereditario, porque una hija de Sancha, María de Constantinopla, regresó a España y también reclamó el trono, en calidad de nieta del último rey. Sin embargo, la más seria y consistente de todas estas peticiones fue la que encabezó el infante don Juan de León. Y es que a la muerte de Fernando III, rey de Castilla y León, se vuelve a abrir el melón de la sucesión y la partición de los reinos; y Juan, uno de los hijos de Fernando, y señor de Valencia o Coyanza, reclama León, aunque esta vez por la vía militar. Así, se planta en la ciudad, es aclamado por el pueblo ¡y se hace coronar en la Catedral! Reina durante siete años, acuña moneda y es, sin duda, uno de los personajes más fascinantes de esta época.

Después de estos siete años, y sometido a todo tipo de presiones políticas y militares, Juan decide pactar la devolución de la corona y el cetro del Reino de León. Parecía entonces que ya iba a haber un poco de tranquilidad en esta tierra; bueno, pues no. Dos años después del pacto, muere el rey castellano y los Infantes de la Cerda, descendientes de don Juan, ¡vuelven a reclamar León! Da la impresión de que este pedazo del Noroeste era objeto de conflictos permanentes, en vez vivir en la sumisa y silenciosa tranquilidad que pintan los libros de Historia. Además, hay que tener en cuenta que estas últimas reclamaciones, la de los Infantes de la Cerda, tienen lugar en el siglo XIV, cien años después de darse por finalizado el estado leonés.

Y no acaba ahí el asunto. Hasta los Reyes Católicos, los segundones de la familia vuelven a reclamar, una y otra vez, insistentemente, el trono leonés, ya que, en puridad, no existía ninguna ley que obligara a ambos reinos a permanecer unidos. Un nieto de Juan de Valencia, Juan el Tuerto, vuelve a pedir el trono leonés como suyo, y ante esto, la monarquía castellana actúa como siempre; enviando lejos al pretendiente. En este caso, nombrándole Señor de Vizcaya.

Más tarde, ya entrado el siglo XV, los protagonistas son los miembros de la destacada familia de los Pimentel, fuertemente apoyada por Portugal, país deseoso de ver separados otra vez los reinos de la Península. Uno de estos Pimentel, conde de Benavente, vuelve a coronarse rey, emitiendo moneda en Zamora. Y es que junto a todas estas aventuras, encabezados por miembros de familias nobles y poderosas, hubo muchos otros episodios de secesión y rebeldía a Castilla protagonizados por caballeros, magnates y hasta ciudades enteras. La mayoría de ellos fueron asesinados por el poder, enviados lejos o comprados con prebendas.


La Catedral, un gran santuario de la familia real leonesa

Cuando visitamos la Pulcra Leonina nos fi jamos sobre todo en la limpieza y el equilibrio de su estilo gótico, y sobre todo en sus maravillosas vidrieras, un conjunto único en toda España y uno de los más valiosos del mundo. Pero la Catedral de León es también un gigantesco monumento elevado para glorificar tanto el Reino de León como su familia reinante, y una gran parte de su perímetro está dedicado a servir de túmulo para miembros de esta familia.

Por eso, las dinastías o los integrantes de las familias que se creían con derechos sucesorios sobre el trono leonés siempre desearon ser enterrados en la Catedral, epicentro espiritual del país, y esto fue así nada menos que hasta el siglo XVIII, cuando miembros de la familia de don Gutierre (la misma que la del célebre palacio) formularon esta petición. Por otro lado, la seo leonesa fue construida sobre planos del siglo XIII, cuando aún había reyes en León, y su estructura responde claramente a una catedral de coronación a semejanza de las francesas. Toda su iconografía está encaminada a ensalzar dos ideas claras: el cristianismo y la monarquía.

Además, el infante Juan, último (y no reconocido) rey de León es quien acaba precisamente de pagar la seo leonesa, por lo que se hace enterrar en un lugar de excepción, el trascoro, junto a su mujer y su hijo. Allí podemos ver sus tumbas aún hoy. Además, esta familia fue la que trasladó el cuerpo del gran rey Ordoño II a ese mismo espacio, glorificando así la memoria de un reino que ya no existía independientemente. A la izquierda, Alfonso IX, último rey leonés, creador de la Universidad de Salamanca y de las primeras Cortes.


Después de la Edad Media

El Reino de León, como el resto de las monarquías hispánicas, queda completamente fijado dentro del organigrama de los Reyes Católicos. Después de 1530, cuando Fernando incorpora el último reino, Navarra, ninguno de los países ibéricos salvo Portugal saldrá o entrará del nuevo país. El reino leonés, denominado así con varias acepciones, tanto geográficas como topográficas, jurídicas o militares, se convertirá en un «adelantamiento» como el de Burgos o Castilla y el después creado de Campos, antiguos precedentes de las regiones y provincias. A su frente estaba una especie de gobernador o "Adelantado Mayor".

Esta región, con este nombre, se mantuvo con el correr de los siglos. Así, con la conquista napoleónica, Loison, oficial de la Legión de Honor, se dirigía a nuestros paisanos de este modo: “Habitantes del Reyno de León: S. M. Emperador y Rey se ha dignado confiarme el Gobierno general del Reyno, establecer entre vosotros la confianza, el orden y la tranquilidad...”

Pero para encontrar las primeras manifestaciones regionalistas hay que esperar a los despertares de los nacionalismos periféricos, sobre todo catalán y vasco, a finales del siglo XIX.

Es entonces cuando en León comienza a aparecer tímidamente lo que los expertos llaman un “leonesismo cultural” más que político, centrado en el folclore, la historia y las tradiciones, que solía entrar en conflicto con un “pan-castellanismo” auspiciado desde la intelectualidad, la burguesía y las instituciones de Valladolid. Cuando se plantea el primer experimento descentralizador con la I República Española, en 1873, la Comisión Provincial de León eleva a las Cortes una extraordinaria misiva (que reproducimos casi íntegra) en la que se defiende bien a las claras la personalidad y la singularidad de la región: ”No pertenece ni puede considerarse como una parte de Castilla la Vieja, escriben.

Tras los sucesivos modelos de Estado que se instauran a lo largo de la turbulenta segunda mitad del XIX, los leoneses siguen viviendo en una región (como las demás, sin atribución política ninguna) formada por León, Zamora y Salamanca; sin embargo, en la prensa de la época se rastrean claramente los desencuentros con una Castilla que hacía sombra frecuentemente a León en multitud de asuntos: los cis-astures protestan sobre todo a través de los periódicos de la época y de partidos con rasgos leonesistas, como Acción Agraria Leonesa. El leonesismo, casi siempre en su vertiente cultural, se impone con actividades como la Exposición Regional Leonesa, la Asociación de Amigos del País de León, la recuperación del folclore, la creación de la Biblioteca Provincial, obra de Ramón Álvarez de la Braña, la edición de guías de la provincia como la de Policarpo Mingote, etc.

Durante las primeras décadas del siglo XX y hasta la Guerra Civil, incluyendo la II República, se comienza a emplear literariamente la lengua leonesa (Cuentos, de Cayetano Bardón), pero políticamente el leonesismo se acerca a Castilla ante la necesidad de hacer frente común ante los intentos secesionistas de Euskadi y Cataluña, aunque eso sí, siempre dejando clara la “diferencia” leonesa. Son los tiempos del primer diputado regionalista, Francisco Molleda; del Centro Regional Leonés, ”cultural y político, con una sana orientación regionalista” y de un entusiasmo autonomista que se encargaría de cortar de raíz, como en el resto de España, la Guerra Civil.

Después, la dictadura de Franco, refractaria a todo tipo de regionalismos que no fueran los de sus Coros y Danzas, adormeció las inquietudes y aspiraciones leonesas. Tras el franquismo vendría la Democracia y el proceso autonómico, tan adverso a León que propició un nuevo leonesismo, pero eso, ya lo saben ustedes, es otra historia.


La identidad y el recuerdo del pasado en el siglo XIX

Los leoneses se vuelcan popular y mayoritariamente con el levantamiento contra el ejército napoleónico, y así, el 1 de junio de 1808 se crea la Junta Superior del Reino de León. El capitán general de Valladolid, Cuesta, ordena a la Junta leonesa que se disuelva y se integre en la Junta Superior de Castilla la Vieja, lo que los leoneses, por unanimidad, rechazan, ignorando la orden: por ello serían detenidos y encarcelados en Segovia. Sin embargo, la Junta Central les daría la razón, acogiéndolos en su seno como representantes del Reino de León y rechazando las pretensiones del vallisoletano Cuesta.

Después de la Guerra de la Independencia, en 1836 se crea la actual división administrativa de España, según ella se establece lo siguiente: "En el reino de León están las provincias de León, Zamora y Salamanca". Poco a poco, no obstante, la creciente pujanza cerealista e industrial de Valladolid (ciudad que nació leonesa, fundada por el conde leonés Ansúrez) la hizo pretender un espacio geográfico más amplio al que dio en llamar “castellano” aunque dentro de él se incluía, teóricamente, el territorio leonés.

A pesar de ello, y después de las presiones leonesas, el proyecto de Constitución Federal de la República Española (que no llegaría a materializarse plenamente) incluyó en sus enmiendas finales a León dentro de los “estados” españoles.



Carta elevada a las Cortes en el año1837

A las Cortes Constituyentes:

La Comisión Provincial de León no cumpliría fielmente los deberes que le encomienda la Ley, si dejara de elevar a los Representantes del Pueblo las consideraciones que le sugiere el proyecto de Constitución Federal (...). Desde el momento en que fue conocida la división de España en 15 Estados para constituir la Federación, no ha cesado un momento de recibir las reclamaciones más enérgicas (...) de los Ayuntamientos (...) solicitando para la provincia de León la autonomía que a otras con menos derecho se trata de conceder.
La provincia de León, Título y Cuna de la Reconquista, por su situación topográfica, por sus producciones, por sus costumbres, no pertenece ni debe considerarse una parte de Castilla la Vieja, y ya que cuenta con elementos más que suficientes para constituir por sí un Estado próspero, no debe ni puede ser absorbida por otro, sea cualquiera su nombre, y con el que no la unirá seguramente relaciones de ninguna especie. No pretende León (...) ser el centro de un Estado al que concurrieran otras de las actuales provincias, sino formarse por sí sola, y no perder su autonomía, ni el glorioso nombre de Leoneses sus habitantes, que con él y no con el de Castellanos se han distinguido siempre por su patriotismo, laboriosidad y cordura.

Si la división responde a los antiguos reinos (...), ¿quién con más derecho que León para formar un Estado? (...) ¿Por qué Navarra y otros obtienen la preferencia cuando les supera León en población, extensión y valor de sus producciones? (...). Ante el temor de que desaparezca su autonomía, León acude ahora a las Cortes.”

Salud y República

4 de agosto de 1873




Una conferencia en La Pola de Gordón en 1923

Muchos documentos, como la sorprendente (y de plena actualidad) carta reseñada arriba, dirigida a las Cortes Constituyentes hace más de 160 años, son hoy de enorme interés para los ciudadanos de la región leonesa que desconocen su pasado o para los jóvenes que han nacido en medio del actual marco autonómico, pero lamentablemente no se han popularizado demasiado.

Otro de estos documentos, que revelan el sentir mayoritario del territorio a principios del siglo XX, es una crónica aparecida en la prensa provincial sobre una conferencia pronunciada en La Pola de Gordón en diciembre de 1023. La charla llevaba por título El problema regionalista, y la ofreció Antonio Álvarez Robles, "joven doctor en Filosofía y abogado". En ella, y siguiendo la citada crónica, se preguntó al público qué opción autonómica preferían: “siendo el resultado del escrutinio el siguiente: León capital de región, 79; León con Galicia, 2; León con Asturias, 37; León con Valladolid, 3”. El mismo orador muestra sus simpatías por León solo, aduciendo que es “solución útil y decorosa”. La charla se basa, además, en la utilidad del sano regionalismo y la descentralización.

Como escribe el periodista, “el orador ha prolongado su disertación desde las seis a las ocho y cuarto de la noche, terminando el acto en medio del mayor orden y entusiasmo ante el nuevo movimiento regionalista aquí iniciado”



Promotores del “leonesismo cultural”

Entre 1900 y 1931, y en medio de un creciente nacionalismo castellanista impulsado desde Valladolid, los promotores del regionalismo leonés van a ser Miguel Bravo Guarida, Miguel Díez Canseco y José Eguiagaray Pallarés, entre otros, destacando también la labor de Gumersindo de Azcárate a favor del municipalismo y el regionalismo, según advierte el investigador Francisco León. Así, el Viejo Reino desarrolló su propio “regionalismo cultural” desde principios de siglo, tanto a través de la prensa (El Mensajero Leonés, La Democracia) como de festejos: el centenario del Padre Isla, los Juegos Florales, y sobre todo, la celebración del IX Centenario de los Fueros de León, que servirán de respuesta al centenario de las comunidades castellanas. Como símbolo se adopta el Pendón Real púrpura con el escudo de León. Además, la Diputación comienza a organizar una biblioteca de temas y autores leoneses y Bravo Guarida crea el activo grupo cultural Veladas Leonesas.

Así, durante los años que preceden a la Guerra Civil León se parapeta tras su propia idiosincrasia cultural, si bien en ocasiones puntuales se alía con movimientos castellanistas para resguardar la unidad nacional o hacer causa común en otros aspectos. Por otro lado, también se da un acercamiento a Asturias gracias no sólo a la tradicional sintonía histórica y humana, sino a la económica e industrial de la explotación minera. En 1931, gran parte de la política y la opinión rechazaban la autonomía con Castilla que algunos proponían y el líder de Acción Agraria ya exponía en su programa "un despertar de la conciencia leonesa para basar sobre ella la autonomía; municipios autónomos restaurando los concejos abiertos y una Diputación Leonesa autónoma con potestad administrativa y legislativa".


Francisco Molleda, primer regionalista leonés en Cortes

En los primeros años treinta, el “leonesismo cultural” había madurado hasta convertirse en un claro programa de acción política regionalista, aunque no hubiera aún una decidida voluntad de sacarlo adelante. Los partidos de derechas eran los que más ardorosamente defendían el regionalismo en León, si bien cuando obtenían representación parlamentaria se adherían a las posturas nacionales. Por eso, muchos “regionalistas” que aparecen en Cortes por algunas provincias no forman parte de ningún partido concreto, más bien son independientes que defienden solos los intereses de su región o provincia. En las elecciones republicanas de junio de 1931, Francisco Molleda Garcés, regionalista, sale elegido diputado por Riaño; si bien por un problema de incompatibilidad (era abogado del Estado) le sustituiría Herminio Fernández de la Poza.


Un editorial de 1933 aparecido en “La Mañana”

El 3 de junio de 1933, el editorial del periódico leonés La Mañana aparecía titulado así: Un chiste y un síntoma. En ella se reflejaba una “pequeña refriega parlamentaria” sobre si Palencia y Valladolid pertenecían a la región leonesa. Unos lo defendían, otros lo negaban; y entonces el señor Besteiro, presidente del Parlamento, dijo: “Eso puede resolverlo el Tribunal de Garantías”; una salida que fue recibida con grandes risotadas, entre las que «pudiera ser que se encontraran las de nuestros diputados», apunta el editorial.

Y continúa: “Ello es lógico. ¿Fueron al Parlamento a defender los intereses de León? No; fueron a defender los intereses del partido (...). Separado Valladolid de nosotros, con la pretensión ilusoria de erigirse en cabeza de una gran región, disputando a Burgos la supremacía y girando como un satélite en torno a ella, es baldío empeño retenerla. La lucha espiritual, la repulsión, hace ya muchos años que se inició (...). Váyanse enhorabuena con Castilla la Vieja si ello es su voluntad y modifíquese la geografía histórico política (...).Lo peor es la revelación de que nuestra provincia se encuentra aislada por completo, desconocida y olvidada. Nadie nos cuenta como región (...). Nosotros nos presentamos desperdigados, solos, endebles, incapaces por nuestra escasa combatividad de arrancar ni siquiera aquello que en estricta justicia nos corresponde (...). Galicia entera se alza como un solo hombre, la región entera vibra, protesta, amenaza y la reforma no llega a implantarse para que La Coruña siga disfrutando de la Capitanía General (...). Como ese día, hemos tenido muchos con Valladolid, que nos arrebató los talleres generales de la Compañía de los Ferrocarriles del Norte, el Archivo Histórico Nacional y tantas otras cosas que por fuero de justicia nos pertenecían (...). Estamos solos, olvidados (...). Y a esto hay que poner remedio. Para ello, tenemos que poner fin al proceso de desintegración, empezando por exaltar nuestros propios valores”.

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